Ser mujer, vivir en la pobreza, tener un hijo/a preso y volver a criar, son algunas de las cualidades que caracterizan a las madres de las que quiero detenerme a escribir.
En Chile, el 88,8% de las personas privadas de libertad son hombres, de ese porcentaje, según Gendarmería y la CWS (2018) el 65% declara tener hijos e hijas. La estadística nos dice que esos niños y niñas se encontraban viviendo en sectores caracterizados por la pobreza, el tráfico de drogas, la violencia y la exclusión, quedando al cuidado casi exclusivo de mujeres. Mujeres que en un porcentaje no menor son sus abuelas, madres de quienes se encuentran privados de libertad.
Estas mujeres, tienen historias similares. Embarazos a edades tempranas, sobre carga laboral (en el hogar o en un trabajo remunerado), problemas de salud mental que se manifiestan en la tan conocida “depresión”. Hay proyectos de vida truncados, sueños que no se cumplieron y muchas aparentan tener mayor edad de la que realmente tienen, porque las injusticias calan profundo la piel.
En lo colectivo, la sociedad también condena a la familia del privado de libertad, y sobre todo a la madre, por no “hacerse cargo” de las decisiones de su hijo.
Ser madre-abuela te pone en una situación de especial vulnerabilidad. Comenzar a criar en una etapa de la vida donde ya no se cuentan con las mismas energías y ganas que antes, considerando además que esta nueva maternidad no fue una elección. Es una maternidad que llega de golpe, que se asume más por amor que por ganas de criar. La brecha generacional es más evidente, de repente hay que volver al colegio y hacer tareas, cambiar pañales y salir a urgencias médicas en medio de la noche, volver a evaluar permisos para salir o intentar llegar a acuerdos con un adolescente.
De forma personal, criar es difícil, y hacerlo con la culpa de un “fracaso” pasado es mucho peor. En lo colectivo, la sociedad también condena a la familia del privado de libertad, y sobre todo a la madre, por no “hacerse cargo” de las decisiones de su hijo. Por eso, al volverse madre del nieto, hermano, sobrino, etcétera, no se quiere fallar de ninguna forma. Y se busca ser más precavida, más protectora, preguntando siempre “¿A donde vas?”, “¿Con quién vas a estar?”. Negando muchas veces las salidas, castigando con más fuerza. Es un cuidado que agobia, que cansa, que frustra, que rompe confianzas
Ahora, además deberán aprender del mundo de la cárcel y sobretodo aprender a transar. A transar sus tiempos, compatibilizar cuidados con visitas al centro penitenciario; a transar su dignidad, estar dispuestas a ser desnudadas para ingresar al centro penal; a transar sus planes, sus proyectos, ya que en un primer momento tras la privación de libertad el mundo parece que se detiene y hay que reorganizar.
¿Cómo se le explica a un niño/a que su padre está preso? (…) ¿Cómo se le explica a un niño o niña que tenemos un modelo económico y político que los excluyó, que los abandonó, que no son clase media como les dicen, que realmente viven en la pobreza?
Tener a un hijo o hija privado de libertad es una situación difícil de sobrellevar, además de la separación familiar y los problemas económicos que se vienen por la nueva organización familiar, deberán cargar con el estigma de la condena de un delito que no cometieron. Ahora más que nunca deben sostener económica y emocionalmente a su grupo familiar, enfrentar la discriminación y aprender a responder preguntas de los niños/as queriendo saber dónde está su padre o madre.
¿Cómo se le explica a un niño/a que su padre está preso? Cómo explicar que cometió un delito, que es pobre, que se metió en la droga, que la sociedad es desigual. ¿Cómo se le explica a un niño o niña que tenemos un modelo económico y político que los excluyó, que los abandonó, que no son clase media como les dicen, que realmente viven en la pobreza?. Cómo hablar de injusticias sociales, de crímenes, de cárcel, de paternidad. Si ni siquiera a nosotras nos han hablado de aquello, y debemos vivirlo simplemente.
En la mayoría de los casos, a los niños/as se les oculta la privación de libertad del padre, mientras se pueda. Los adultos tenemos la loca idea de que es mejor no hablar de lo que nos daña, porque de algún modo pareciera que deja de existir el problema. Se inventan historias que ayudan a sobrellevar la situación, como aquella que dice que el padre trabaja en el norte. Pero ahora este no llegará a los cumpleaños, ni a la navidad, tampoco a la celebración del día del padre en el colegio. De a poco los niños comienzan a descubrir esa verdad, que de una manera u otra ya sabían, y desafían a las mujeres a ver lo que no quieren ver.
Para muchas vivir la privación de libertad de un hijo/a es aprender a vivir en soledad, entender que se está en deuda y que te pueden pasar a llevar porque sí, porque eres mujer, porque eres pobre, porque tu hijo/a está preso y tú también tienes que pagar. También se mezclan sentimientos de miedo, de injusticia y vergüenza.
Así enfrenta el día a día, la mujer invisible, la madre-abuela que transita lento cargando bolsas plásticas camino al penal, que al igual que ella está a punto de romperse por el peso de lo que le “tocó” cargar.
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